
La ballena Carolina y el mosquito Roberto tenían el mismo problema, pero al revés. La ballena Carolina gritaba llorosa:
- ¡Por más que como y como, nunca engordo!
- Pero Carolina, eres inteligente, simpática, amable, divertida y bailarina. A todos nos encanta estar contigo -le decían sus amigos.
Y ella añadía:
-¡Y, sobre todo, soy flaca, flaquísima, la ballena más flaca del mundo!.
Al mosquito Roberto le goteaban las lágrimas por su trompita afilada.
-¡Procuro no comer, pero mi vientre no para de crecer!, -chillaba desconsolado.
- Pero, Roberto, si tú eres más listo que el hambre y rápido como el viento -le decían todos.
Total que Carolina y Roberto no eran capaces de apreciar sus valores porque estaban obsesionados con su aspecto físico. Así hubieran seguido tiempo y tiempo de no haber sido porque una noche la trompita de Roberto despertó con un fuerte olor a quemado.
-¡El bosque se quema! -gritó.
Todos los animales se reunieron a la orilla del mar. Decidieron hacer una cadena y pasarse agua entre las patas. Pero el fuego avanzaba más y más. Roberto comentó:
-Si lográramos que las ballenas se acercaran hasta aquí...
-¡Estás loco, Roberto! Las ballenas viven en alta mar. Nunca vendrán -le dijeron.
Sin embargo, Roberto emprendió el más rápido y más arriesgado de sus vuelos en busca de las ballenas y las encontró. Cuando contó lo que sucedía en el bosque, le prestaron poca atención y la gran ballena rayada dijo:
-Sentimos mucho que en la tierra tengáis ese problema con el fuego, pero no nos afecta para nada.
Roberto se sintió triste y dio media vuelta.
Entonces, oyó:
-Si un animal tiene un problema y podernos ayudarle, debemos hacerlo. Lo que sucede en la tierra también es asunto nuestro. Me voy con él -- dijo Carolina muy enfadada.
De modo que invitó a Roberto a subirse sobre su cabeza y nadó a toda prisa hacia la tierra.
Cuando los animales de] bosque pensaban que ya no se podía hacer nada, un gigantesco surtidor de agua saltó por encima de sus cabezas y cayó sobre el bosque. Al volverse vieron a una ballena muy delgada haciendo el pino para que el surtidor de agua que salía de su cabeza fuera a parar a los árboles. Al principio, se alegraron mucho, pero al ver que no lograba apagar el fuego se sintieron desanimados otra vez.
Y así estaban, sin saber qué hacer, cuando se dieron cuenta de que una hilera de ballenas se colocaba a ambos lados de Carolina. En un instante, un montón de surtidores regó la tierra como una lluvia amiga y protectora, sofocando el fuego por completo.
Entonces sí que se pusieron contentos y empezaron a dar gracias a las ballenas, hasta que la gran ballena rayada dijo:
-No es a nosotras a quienes debéis dar las gracias, sino a Roberto y a Carolina, por su generosidad y su valor.
Tras las palabras de la gran ballena rayada, todas las ballenas y los animales del bosque formaron un gran círculo que iba del mar a la tierra y de la tierra al mar. En el centro, Carolina, que era una gran bailarina, y Roberto, que era muy despierto, bailaban y bailaban, felices. Ayudando a los demás animales, habían descubierto por fin que, delgada o gorda, gordo o delgado, lo importante es que cada una y cada uno tiene en su interior algo realmente bello que aportar a los dernás.
Por Sonia Cáliz
- ¡Por más que como y como, nunca engordo!
- Pero Carolina, eres inteligente, simpática, amable, divertida y bailarina. A todos nos encanta estar contigo -le decían sus amigos.
Y ella añadía:
-¡Y, sobre todo, soy flaca, flaquísima, la ballena más flaca del mundo!.
Al mosquito Roberto le goteaban las lágrimas por su trompita afilada.
-¡Procuro no comer, pero mi vientre no para de crecer!, -chillaba desconsolado.
- Pero, Roberto, si tú eres más listo que el hambre y rápido como el viento -le decían todos.
Total que Carolina y Roberto no eran capaces de apreciar sus valores porque estaban obsesionados con su aspecto físico. Así hubieran seguido tiempo y tiempo de no haber sido porque una noche la trompita de Roberto despertó con un fuerte olor a quemado.
-¡El bosque se quema! -gritó.
Todos los animales se reunieron a la orilla del mar. Decidieron hacer una cadena y pasarse agua entre las patas. Pero el fuego avanzaba más y más. Roberto comentó:
-Si lográramos que las ballenas se acercaran hasta aquí...
-¡Estás loco, Roberto! Las ballenas viven en alta mar. Nunca vendrán -le dijeron.
Sin embargo, Roberto emprendió el más rápido y más arriesgado de sus vuelos en busca de las ballenas y las encontró. Cuando contó lo que sucedía en el bosque, le prestaron poca atención y la gran ballena rayada dijo:
-Sentimos mucho que en la tierra tengáis ese problema con el fuego, pero no nos afecta para nada.
Roberto se sintió triste y dio media vuelta.
Entonces, oyó:
-Si un animal tiene un problema y podernos ayudarle, debemos hacerlo. Lo que sucede en la tierra también es asunto nuestro. Me voy con él -- dijo Carolina muy enfadada.
De modo que invitó a Roberto a subirse sobre su cabeza y nadó a toda prisa hacia la tierra.
Cuando los animales de] bosque pensaban que ya no se podía hacer nada, un gigantesco surtidor de agua saltó por encima de sus cabezas y cayó sobre el bosque. Al volverse vieron a una ballena muy delgada haciendo el pino para que el surtidor de agua que salía de su cabeza fuera a parar a los árboles. Al principio, se alegraron mucho, pero al ver que no lograba apagar el fuego se sintieron desanimados otra vez.
Y así estaban, sin saber qué hacer, cuando se dieron cuenta de que una hilera de ballenas se colocaba a ambos lados de Carolina. En un instante, un montón de surtidores regó la tierra como una lluvia amiga y protectora, sofocando el fuego por completo.
Entonces sí que se pusieron contentos y empezaron a dar gracias a las ballenas, hasta que la gran ballena rayada dijo:
-No es a nosotras a quienes debéis dar las gracias, sino a Roberto y a Carolina, por su generosidad y su valor.
Tras las palabras de la gran ballena rayada, todas las ballenas y los animales del bosque formaron un gran círculo que iba del mar a la tierra y de la tierra al mar. En el centro, Carolina, que era una gran bailarina, y Roberto, que era muy despierto, bailaban y bailaban, felices. Ayudando a los demás animales, habían descubierto por fin que, delgada o gorda, gordo o delgado, lo importante es que cada una y cada uno tiene en su interior algo realmente bello que aportar a los dernás.
Por Sonia Cáliz